Amanda Saldivia.-
Las plantaciones de café en las décadas 70 y 80 del siglo XIX impactaron positivamente en el desarrollo de Altagracia. Esa bonanza quedó evidenciada en las construcciones, entre ellas el templo Nuestra Señora de Altagracia, la casona donde funcionaba la jefatura civil, mejoras en las viviendas y el trazado de nuevas calles.
El historiador y periodista Pedro Calzadilla Álvarez en su obra El día en que un cometa chocaría con la Tierra, crónicas de Altagracia de Orituco, comenta que no es difícil imaginar el inicio de este poblado cuando los indígenas construyeron sus viviendas con “techos de palma, pisos de tierra, sin ventanas ni puertas”.
Cita lo que vio el obispo Mariano Martí en la visita pastoral que realizó en marzo de 1783. Era la estampa típica de los habitantes originarios en esa época, es decir “mujeres llevando totumas en sus cabezas con agua del río o con atados de leña para sus fogones…niños flacos, desnudos y descalzos, correteando en el barro”.
Esa realidad cambió lentamente. Explica el historiador que “según las matrículas parroquiales de la iglesia, en el año 1811, en Altagracia vivían 1910 personas, de los cuales solo 627 eran los llamados blancos criollos, el resto eran indígenas, negros y mestizos, que convivían en armonía.
Las calles seguían siendo polvorientas y pantanosas con la llegada de las lluvias, casi todas las viviendas eran chozas con techos de paja.
Relata el autor Pedro Calzadilla Álvarez que fue el movimiento pionero de “plantadores de café, hacia las zonas montañosas de las nacientes del río Orituco, iniciados en la sexta década del siglo XIX”, lo que produjo un vigoroso impulso económico a la región.
De allí emergieron los nuevos hacendados y se conformó una élite de terratenientes y comerciantes, quienes impulsaron importantes transformaciones materiales en el pueblo, que, según el escritor, “seguramente fue sin proponérselo”.
Menciona que fue clave el entusiasmo de Agustín Gil Pulido, jefe civil en la década de los 80, que ideó darle una nueva imagen al pueblo. Se construyeron más viviendas, comercios, se transformaron las fachadas de las casas viejas, se continuó con el trazado de calles y el empedrado.
El historiador escribió que “la pequeña aldea llanera” se transformó en una “renovada y pujante villa”, cuyo esplendor se puede apreciar todavía en algunas casas con “fachadas de mampostería, rematadas con gárgolas, entradas de enormes portones con sus respectivos zaguanes y antepuertas, y por supuesto, con hermosos patios interiores, todas ellas modestísimas réplicas de las deslumbrantes mansiones andaluzas que, probablemente fueron sus referentes.
Este relato reafirma que el éxito en la actividad económica es determinante para el crecimiento de los pueblos, así como también la determinación de los ciudadanos en procurar la transformación del sitio que habitan, para hacerlo cada vez más ordenado, limpio y próspero, lleno de oportunidades.
@amandasadivia